La tercera edición de ‘Semana Santa de mi boca’, de Miguel Iriarte
Su poesía podría ser socrática porque se encuentra llena de interrogaciones, de ideas, de sabiduría dúctil y precisa.
Por Adalberto Bolaño Sandoval
Existen libros con buena o mala suerte cuando se trata de publicarlos. Es sabida la larga fila de autores y escritores que presentaron sus textos y fueron rechazados a causa de las críticas negativas de los editores, especialmente. Incluso, de los propios autores, como Kafka, quien consideró “La metamorfosis” como su peor libro.
Y la lista es larga, pero solo nombraremos algunos: desde el siglo XIX, Charlotte Brontë, Louise May Alcott, Emily Dickinson, Herman Melville, quienes integran esa lista de autores a los que les editaron solo alguna carta, o les negaron publicar por considerar que eran unas obras monstrencas, con muchas alegorías bíblicas, o poemas presuntamente inentendibles Ya en el mismo siglo XX, Franz Kafka, no quiso editar nada; a William Faulkner, por “Santuario”, lo descalificaron de “impublicable” por lo truculento. O la saga de 'El señor de los anillos', de J. R. R. Tolkien, por ejemplo, fue considerada compleja.
Hay otros casos donde la moral aparece: “Lolita”, de Vladimir Nabokov, rechazada por sus problemas de “sexualidad” y de “indecencia”; “La conjura de los necios”, John Kennedy por lo “inentendible” y grueso; “Carrie”, de Stephen King, por despertar, supuestamente, el miedo en pleno siglo XX; o “El señor de las moscas”, del Nobel William Golding, por razones parecidas, pero con obvias y muy diferentes calidades literarias.
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Ni hablar de “Ulises”, de James Joyce, por larga, supuestamente enredada y obscena. O por prurito personal y envidia, como “En busca del tiempo perdido”, de Marcel Proust, rechazado por André Gide. Y solo para nombrar un caso, en Colombia, García Márquez fue rechazado por Guillermo de Torre, cuñado de Jorge Luis Borges, cuando presentó en Argentina “La hojarasca”.
Un capítulo aparte (en realidad, coherente) lo merecen las primeras malas o insuficientes distribuciones. De estas hay muchísimas en la Costa Caribe colombiana. De ello hace parte la poesía de Candelario Obeso, que ha contado con pocas ediciones, y que solo hasta 1950 había recibido solo dos ediciones, desde cuando lo publicara a finales del siglo XIX. Ya en pleno siglo XX, en un artículo anterior, recordaba la mala edición y peor distribución del libro de cuentos de Ramón Illán Bacca, “Marihuana para Göering”, que fue secuestrada a su editor, por problemas judiciales.
Parte de esta problemática sucedió con “Semana Santa de tu boca”, de Miguel Iriarte, de quien Ediciones Pluma de Mompox publicó en 2011 ese cuarto poemario. Esta editorial cuenta con una muy buena y escogida lista de narradores, poetas, ensayistas e historiadores, pero su falla fue no distribuir muy bien (ni siquiera muy mal) el poemario de Iriarte. Y algo más: fue una edición con un tan regular papel que, por su mala calidad, puede dejar en las manos de los lectores un amarillo y muchas manchas, más parecidas a una biblia del siglo V d. C. muy descuidada.
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Y luego, nueve años después, la Corporación Universitaria del Caribe (Cecar), sede Sincelejo, quiso apoyar a este coterráneo, en el 2020, realizando una segunda edición del poemario. El problema consistió en realizar una edición virtual, con todos los problemas de comodidad y lecturabilidad que ello conlleva, pues, además de lo posiblemente problemático de entrar a internet a leerlo, no hay como el libro impreso. Desconozco si la hicieron en edición impresa. Y, como respuesta a esta duda, este año, para la Feria del libro de Bogotá, la Editorial Escarabajo publicó la tercera edición. En la página de los créditos, la empresa reconoce que esta es la segunda edición, como si Cecar no lo hubiera hecho.
Esta edición es decorosa y realizada con cuidado editorial. Agreguemos otro dato: en esta publicación, como en la segunda de Cecar, desaparecieron de su primera edición el poema “Y mientras tanto el río”, que daba cierta incoherencia estilística . Y continúan, “Balada del mar que no te ha visto y “Para no hablar de tu boca”, que logran las calidades del resto del poemario.
Miguel Iriarte es un reconocido divulgador cultural, cuya obra poética la integran cuatro poemarios y una antología a bordo, que le han dado una voz poética bien definida desde un comienzo: con ‘Doy mi palabra’ (1985) abre la senda de una poesía segura y abierta, con nuevos giros; luego 'Segundas intenciones' (1996), que perfila y afirma una obra de mucho peso; Cámara de jazz (2005), que confirma una geografía cultural y sentimental enaltecida a partir de referentes musicales externos, pero que señalan un modo de asumir otras artes de modo interiartístico, en el que descuellan lo autobiográfico, la memoria y el gusto musical.
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Este poemario revela también cómo la transculturación (según los viejos parámetros) o los aires de diálogo intercultural los acogen los creadores del Caribe a través de sus huellas más significativas; y ‘Poemas reunidos’ (2009), que permite una cierta lectura unitaria, aunque no se revele como una buena selección de todos sus poemarios, Y, por último, esta nueva publicación de ‘Semana santa de mi boca’, en la cual afirma cada vez más la alta calidad poética del autor.
'Semana Santa de mi boca' revela varios elementos: la historia de la cultura de una región, vista desde la provocación y el deseo, de una percepción irónica de la religión; desde la otra, acerca de la cultura de un grupo social que gira alrededor del arraigo o el desarraigo y lo irónico de lo religioso. También dos motivos relevantes son el mar como fuente prístina de identificación en la que un hablante se revela inmerso en el paisaje caribeño (departamento de Sucre, digamos, las playas del departamento del Atlántico), en los que discurre la historia de manera soterrada, un lenguaje diurno y abierto (Paz dixit). Y, también, el río.
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Justamente, en ‘Semana Santa de mi boca’, Miguel Iriarte revela cinco ejes temáticos relevantes en su poesía: el mar, el río, la memoria de la infancia, la parodia de lo religioso y el erotismo en tanto despertar del deseo sexual manifestado a través de una determinada celebración y búsqueda de la carnavalización.
Estos elementos culminan en una poesía celebratoria del entorno cultural caribeño de forma más abierta que en los otros poemarios. Se trata de un ejercicio de recontextualización cultural, un ejercicio de transignificación poética, de creencia firme en lo poético como ejercicio para revelar la fe de la palabra en su revelación más significativa, más transformada, transformadora y propositiva sobre el entorno.
Digamos que desde ‘Doy mi palabra’, en el poema “Nocturno”, Iriarte se expresaba ya a través de un hablante dubitativo (en el sentido de mostrar su identidad, su lugar de proveniencia del mundo), que combina lo erótico y lo lugareño, concretando su deseo más en los tormentos del cuerpo que en la precisión del lugar: “Entre el mar y la noche del Caribe / desnudo ya de mi franela rayada / de marino noctívago. Encontré tu redondo mordisco de sal / tatuándome los besos / en el alma /a la hora en que las piernas / preparan el abordaje definitivo. Y amaradentro voy”.
Mar y erotismo
Esa palabra, noctívago, recuerda a Otto de Greiff, y junto con el neologismo amaradentro, muestran la naturaleza del juego con el lenguaje y con lo erótico. Se trata, además, de la experiencia con el mar, expresada por la mayoría de poetas del Caribe colombiano (y por qué no en Derek Walcott y toda su poetalia caribeña), pero la de Iriarte conviene en convertirse en una experiencia carnal, erótica.
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De entrada, el texto revela una geografía de los espacios, una poética de los espacios acuosos marinos. Como muchos de los poetas caribeños, Iriarte remite al lector al mar como símbolo, monstruoso ser: “Tengo al mar pero no veo su rostro. /El rostro del mar: un juego de gestos / Que recuenta la historia verdadera […]”. Se trata, si se quiere, de una geografía de los espacios, de una poética del agua, con toda esa connotación de profundidad e intencionalidad que tiene esta: expansión, movimiento, deidades, muerte, lo siniestro, lo divino, lo otro, espejo, origen, vida.
El mar como verdad, el mar como ensoñación y fuente dadora, se cierra como un libro, como una circunnavegación de lo invencible, del inventario de la “extensa verdad” que representa, combinado con la cotidianeidad: “Señor […] / Ten para mí la cruda sal de cada día / La de mi pan, la de mi amor y la poesía” (“Oración de la sal”). Se presenta para el hablante el fin de una búsqueda: sal y mar, nuevo génesis, nuevo alimento, nueva fuente de creación y amor.
Además, el lenguaje poético siempre tiene en cuenta el lugar, el lar, la casa: “la palabra es mi casa y en la palabra vivo / Y viven también en ellas las cosas que más quiero”. Las palabras conllevan el fulgor y el dolor, el espacio. Existe allí la síntesis estética del mundo: ser y palabra confluyen en la cadena heideggeriana: mundo-ser-palabra-casa. Y esta casa es, además, un espacio metafórico, una representación del ser: la vida del ser humano.
Allí, entonces, la familia o la casa aparece de manera más patente, sin dejar de ser ello un defecto. Pero de eso se trata la poesía: recreación de los espacios familiares, tras los cuales se revela, en tensión, la ansiedad del lenguaje, o del ser, en un momento determinado, y también del estilo de cada escritor.
Un poeta riano
Esa preocupación de Miguel Iriarte se complementa con la de otros bardos del Caribe colombiano: la estirpe de los poetas rianos: Candelario Obeso, José Ramón Mercado, Raúl Gómez Jattin, Jorge Artel, Gustavo Tatis, Jorge García Usta o Gabriel Ferrer, quienes han expuesto en su obra una localización o nombradía de los ríos que los vio nacer o vivir. A través del Sinú, San Jorge y el Magdalena, estos creadores redimensionan aún más las otras connotaciones de profundidad e intencionalidad que tiene el agua: lo siniestro, lo divino, lo otro, espejo, origen, vida, erotismo. Los ríos se convierten no solo en espejos del alma y formas escriturales en la que circunnavegan los poetas.
Iriarte en 'Semana Santa de mi boca' realiza un balance, a partir de varios espacios que podrían concentrase en el título de uno de sus poemas: “Geografía de la aldea”, porque el poemario emprende también un ejercicio de concreción lárica de varios lugares de la costa caribe colombiana. Como poeta riano, asume el entorno geográfico, redibujándolo como espacio alimenticio, de erotismo, de reflexión y vida.
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La poesía del espacio que caracteriza a Iriarte y su reapertura al mundo en Semana Santa de tu boca proviene también de la triple visión caribeña: paisaje, religión, memoria: el hablante retoma hechos del pasado que fragua con ironía: cuerpo-amor-catolicismo-burla, infancia-lar-escritura, familia-memoria.
Se quiere presentar, si se quiere, una “vivencialización” profunda de un hablante desde un lugar del Caribe, desde una esquina del Caribe continental, pero trasladada mediante un lenguaje solar, un lenguaje en el que don de la poesía se cruza con el de las divinidades que señala Martin Heidegger como características del habitar: divinidades, tierra, aire, agua, pero también del cuerpo. El cuerpo representa el teatro del mundo, la representación por antonomasia del ser y de sus sentidos, como, digamos, Jorge Eielson, en Noche oscura de mi cuerpo: cuerpo místico, cuerpo y escritura espiritual, búsqueda y recuperación de una pulsión trascendental, para anidar un “más allá de las palabras”.
En ‘Semana Santa de mi boca’, la memoria se convierte en la acicateadora de la liberación de los deseos, de los “amores perros” ya que estos de presentan bajo un contexto religioso. En un primer verso, el hablante da la dimensión de lo que se presentará en páginas más adelante: “Por mí cruza la fe pero no se detiene” (“La santa es ella”). La declaración conviene en ser un ejercicio de reescritura, de “recomposición”, de reescribir el deseo, pero también de rediseñar, de parodiar la obra divina: “Por eso sueño. / Para ordenar la defectuosa realidad de no tenerte. // Para recomponer a Dios / los terribles descuidos de su oficio” (“Semana santa de mi boca”).
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Vista la burla a la religión, en el centro del libro se encuentra la carnavalización y la profanación, entendidos como tiempos de renovación y fiesta, liberación, rito y sincretismo, como lo ha indicado Mijail Bajtin. Iriarte lo recuerda, para representar la Semana santa de modo irónico y dejando operar la religión católica a través de una lírica transgresora en la que se burla de/con ella a través del erotismo y el deseo. Con ello, se abolen las distancias: el contacto de esferas y relaciones sociales se disuelve: el mundo se presenta en otra dimensión, al entremezclarse, entonces, a través de la hierofanía (en las que las manifestaciones sagradas se combinan con el mundo de lo profano) la práctica religiosa de la Semana santa y de sus ritos, cuestionando el pensamiento occidental, pero al mismo tiempo mostrando su conciliación poética. Iriarte reconcilia lo alto y lo bajo, el deseo y el sexo con la religión, bajo una crítica que desentroniza, pero asimila estos elementos.
Pero, en fin, pensemos que la poesía de Miguel Iriarte podría ser socrática, porque se encuentra llena de interrogaciones, de ideas, de sabiduría dúctil y precisa; elaborada con la buena fe del creador que se sabe poseedor de lo comunicativo y lo dubitativo, afirmando un diálogo inquisitivo y mayéutico a la vez con el lector. Como en Sócrates, esta poesía no busca lo oscuro ni la división; busca la autenticidad y un pensamiento superior.